Por Fernando Saad
No fue sino hasta
comienzos de los años sesenta cuando Jack Kerouac determinó el giro
abrupto de la narrativa vanguardista norteamericana. Juntos a otros
partner de la llamada generación beat sacrificaron
sudor y lágrimas por una forma de escritura que trascendió en
posteriores desarrollos, llegando hasta el dirty realism de
Raymond Carver, o su actualización de estilo en las creaciones
televisivas de Lena Dunham. El camino trazado no resultaba casual, y
provenía de la situación poe iangurara On the wayn con una panorama
cambiado, donde el cine y la narrativa, si bien retoma como
parcialidad la corriente qulítica americana, la guerra de Vietnam,
las vanguardias europeas, el fulgor de Beckett y la extinción
continuada de grandes estudios hollywoodenses.
Pero los años setenta
llegaron con un panorama cambiado, donde el cine y la narrativa, si
bien retoma como parcialidad la corriente inaugurada con On the
way, se desdibujan entre filmes de Clase B o grandes apuestas
industriales, como resultan Godfather, The Exorcist y
otros clásicos de la década. Ajenos o no a los grandes estudios,
cada una de estas producciones de variopinta factura y calidad
narrativa, encuentran cauces en un público americano buscando
apropiarse de las problemáticas de su país, repasando los dilemas
del hombre corriente, sus pesadas obligaciones laborales (o la
escasez de ellas), la identidad y la historia de un país que
desdibujándose en selvas orientales por las estrategias de Lyndon
Johnson.
Dentro de este dilemático
proceso que culminase décadas más adelante, dando lugar a un
resurgimiento en los noventa de la potencialidad americana, sea en
las artes, política y medios; esplende un auteur
cinematográfico, en una de las décadas más problemáticas para su
producción. John Cassavetes venía de filmar un puñado de películas
de impecable factura, donde la búsqueda artística no había podido
despegarse de los matices económicos para producirlas o estrenarlas.
Y asomaba en los setenta con Minnie and Moskowitz (1971),
deslumbraba más adelante con A woman under the influence
(1974), hasta completar la media década con una inclasificable A
killing of a chinese bookie (1975). Pero nada sucedía por azar
ni sería tan fácil para este director.
Hijo de inmigrante
griegos, el cineasta desarrolló una carrera atípica en
Norteamerica. Dueño de una determinación por el arte y una ética
de búsqueda inalterable, Cassavetes fue un auténtico creador.
Escritor de sus filmes, en ocasiones camarógrafo, actor, montajista,
el director estaba detrás de cada función creativa que hacía al
desarrollo de sus proyectos.
Reconocidos estos
aspectos, deducimos el origen de muchas de las formas productivas
actuales del circuito independiente americano (replicado tambiénen
otras latitudes). Pero la obra de Cassavetes no se definía sólo por
esta postura colateral o tangencial a los grandes estudios y sus
imposiciones creativas. La producción fílmica del director es el
dilema sustancial, ético y filosófico del artista comprometido con
las necesidades humanas. Aquello que los filmes americano de los años
setenta apenas dejaba asomar, o exploraba de modos acartonados, en
él es un entendimiento del cine como el mejor reflejo de los
sentimientos de las personas, en una verdadera oportunidad para
descubrir dónde nos encontramos en la vida.
Consecuentemente, con
Opening night (1977) todo planteo de la forma cassavetiana
se descubre en un filme especular, donde se aúnan las dos pasiones
de Cassavetes, teatro y cine. El deseo de realizar este filme surge
muchos años antes, con el planteo personal del director de qué
hubiera sido de su vida si no hubiese conocido a (la protagonista
del filme) Gena Rowlands. Pero esto sólo fue el punto de
partida para una obra compleja donde, si bien puede resultar una
reducción temática, el filme se puede definir como la búsqueda de
una actriz para conseguir la interpretación de su personaje en la
obra Second woman.
Sucede también que
ambos, tanto Cassavetes como Rowlands, estaban llegando a los
cincuenta años de edad, y el papel de Myrtle Gordon era la síntesis
del despertarse una mañana y descubrir que uno ya no tiene aquellos
dieciocho años. Y en consecuencia el filme relata las
peripecias, internas y de trama, de la actriz que debe interpretar a
una mujer mayor, y donde se debate entre la juventud (perdida) y la
edad avanzada. Pero este proceso no será algo sistemático, sino
visceral e interno, una búsqueda de vida, que transformará de
manera ambigua al personaje de Myrtle en su recorrido.
A modo de desarrollo, los
involucrados en el quehacer de la obra Second woman, sean
director (Manny Victor, por Ben Gazzara), los actores secundarios y
quienes hacen de esta actriz una estrella, se irán posicionando, en
devaneos de vanidades y egos, en las alteraciones de Myrtle buscando
la autenticidad psicológica y vital de su personaje.
Los tonos y gestos del
trabajo de Rowlands en su creación, como sucede en toda la obra de
John Cassavetes, se fueron construyendo en el quehacer creativo del
filme, durante un rodaje con interrupciones, donde el director fue
asediado (como en otras oportunidades) por las complicaciones con
sindicatos, presupuestos y otras vicisitudes propias de la producción
cinematográfica. Fueron el compromiso personal del autor, y la
réplica del mismo en sus colaboradores (desde Ben Gazzara, la misma
Rowlands o Joan Bondwell), lo que permitió terminar la cinta.
Opoening night es un
compendio de lo mejor de Cassavetes: su búsqueda personal, la
tenacidad para llevar adelante aquello en que creía, su compromiso
con los actores, su negación a ceder a las fórmulas simples, pero
sobre todas las cosas su enorme vocación por excavar en el interior
del alma de sus personajes, sin juzgarlos ni apiadarse de ellos.
En su estreno Estados
Unidos el público le dio la espalda a Opening Night, y supuso
un derrotero para el director, a quien se lo tildó de complicado y
de repetirse en su filmografía. Se exhibió unas cuatro veces más
luego de su estreno y Cassavetes decidió guardarla por varios años.
Diferente suerte tuvo en Europa, donde un relativo éxito la llevó
por variados países, coronándose finalmente por la crítica europea
con el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín.
Un
filme de tal autenticidad, de relativa ambigüedad, y de profunda
búsqueda personal no tenía otro tipo de cabida para el público
americano. Su director tuvo que aceptarlo. Y aunque posteriormente
pudo concebir otros títulos (Gloria, Love Streams),
Opening Night terminó cerrando una etapa en las formas de
hacer cine de autor, personal, dejando en celuloide el compromiso de
un artista que, aunque la actual producción independiente intenta
replicar constantemente, construyó una mirada única e irrepetible.
No sólo sobre la creación cinematográfica, sino sobre el
entendimiento de la realidad cotidiana. Logrando descubrir sus
personajes desde el anonimato, inundando lo mundano con luces de
comprensión. Buscando aquello intangible, profundo y misterioso de
la vida.
saadfernando@yahoo.com.ar
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