De “Conrack” al coronavirus: Aprender a nadar (A. Caminos)

 

Por Alfredo Caminos


El joven maestro Pat Conroy, con su llamativo cabello rubio y largo, llega a una población de Carolina del Sur (USA) y le encargan dos grados de niños afroamericanos. La barriada está alejada de la ciudad y separada por un caudaloso río. Lo que recibe como indicación es enseñar determinadas disciplinas comunes a todo el planeta en 1970. Pat detecta qué necesitan los niños y niñas de la comunidad, en su mayoría de familias pobres. Tienen diversos problemas sociales, domésticos, de relación con los demás, de alimentación y desconocimiento del mundo real, incluso del país que habitan. De todas esas problemáticas sobresale uno: el río. Lugar de pesca y la mayoría de las y los estudiantes no saben nadar. Frente a ello, comienza por enseñarles exactamente lo que necesitan: aprender a nadar como primer punto de los muchos que tiene la supervivencia. Pat quiere enseñarles a vivir o sobrevivir en un mundo que ya existe. La anécdota proviene de la película “Conrack” de Martin Ritt, que está basada en la novela de Pat Conroy titulada The Water Is Wide.

En este año 2020 el planeta amaneció con un virus que cambió las estrategias de socialización, las formas de comercialización, las maneras de viajar y relacionarse, de alimentarse como esencial, y también con cambios en la educación, en cómo aprender y cómo enseñar. Variados estudios de distintas instituciones, algunos próximos y también de otras partes del mundo, más o menos cercanos, todos indican la idea de mantener una forma de enseñar, un contenido que transmitir y una aprendizaje a lograr. No se pensó en términos de pandemia o catástrofe. Como si la tecnología permitiera olvidar lo que pasa alrededor mientras estamos conectados al planeta por diversos aparatos y pantallas.

En el mundo hay tres importantes razones que hacen cambiar la dirección de los gobiernos y los habitantes: las guerras, las catástrofes naturales y las epidemias y pandemias. En esas instancias los ciudadanos deben ceder su individualismo en beneficio de la comunidad. Si hay una inundación, a nadie se le ocurriría subir al techo a seguir estudiando, seguramente se pondrá a sacar el agua; y si no puede, ayudaría a mejorar al vecino.

En una situación extrema hay que pensar en términos de “Conrack”: enseñar a nadar. Los centros educativos deberían enseñar a pescar, a mantener huertas, a colaborar con la situación de catástrofe, a coser y cocinar, a reparar el techo, a atender hermanos y hermanas menores. Las universidades trataron de volverse eficientes en la tecnología de enseñanza sin colaborar con la sociedad en medio del conflicto. Se priorizó seguir los contenidos con o sin problemas. Lo revolucionario, tal vez, habría sido hacer como Pat y enseñar a nadar. Tanto por hacer, en el campo, en la asistencia social, en la comunicación, en la salud, en la informática, en la economía, en la aplicación de la ley. Tantos que necesitan ayuda mientras una masa enorme de cuerpos jóvenes y predios enormes vacíos se alzaban limpios en los campus. Tal vez hubiese sido preferible enseñar la propia tecnología, a solucionar con alternativas, a reemplazar las tecnologías, en definitiva, a nadar en el mundo en pandemia y con criterio social y comunitario. Lejos del contenido que le rinde culto a la eficiencia.



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